Hortalizas, rosales y otros ritmos

 A varios días de mi cumple, echo la vista atrás para procesar este último año vital. Las cosas que hice y que dejé de hacer, las cosas que pude cambiar y que no pude, lo que la pandemia se llevó y las otras que trajo...

Y con la intención de ser sincera hacia mí misma, voy a medir cualitativemente y no cuantitativamente, voy a medir con cómo de bien o mal me he sentido o se ha sentido mi cuerpo (que desde hace tiempo me avisa inconscientemente de lo que mejor me conviene, pero desde hace muy poco he reconocido sus avisos) y todo a través de la prisma del aprendizaje, en vez de si he conseguido los objetivos que me marcaba. Porque creo que me he llevado mucho más de lo que pedía. 

Hace justo un año, empecé con un huerto urbano compartido, con gente muy variopinta. Mis pocos conocimientos y recuerdos de agricultura de los veranos con los abuelos no encajaron con los entendimientos de mis compañeros de huerto y poco a poco las ganas de trabajar la tierra y ver otros ritmos de vida bajaron. Estos ritmos más naturales, las temporadas de crecimiento y decrecimiento, de cuidados eran el objetivo de poder descender mis ritmos procedentes de una sociedad en continuo desarrollo económico, a otros ritmos donde mi cuerpo estuviera más a gusto. Y que sorpresa nos trae la vida, justo cuando necesitaba parar, todo paró gracias al coronavirus. Nos brindó un tiempo de reflexión, especialmente a aquellos que tuvimos la suerte de no tratar con este virus de manera directa. 

Con las ideas un pelín mas claras y las energías a tope, la primavera nos llamaba, la tierra nos llamaba, la vida nos llamaba, a movernos de una manera distinta, más lenta, pero a movernos. La tierra también se había tomado un respiro y con energías nuevas con nuevas compañeras de huerto, todo fluyó y empezó un ciclo natural de rápido crecimiento que a mí me sorprendió. Sin embargo, no me dio miedo, entendía que era lo natural y empecé a disfrutarlo. Cada varios días daba el paseo al huerto y observaba cuánto había crecido todo, luego las flores y luego las pequeñas verduras que empezaban de madurar. Algunos maduraban en días, otros - en semanas. También descubrí que a muchos animalitos les gustan las verduras - el gallo, las ratas y mogollón de insectos de nombres impronunciables. Y allí seguimos, en este ritmo natural, y que yo he podido modificar mi ritmo de vida para poder atender todo esto que me da tanta alegría, placer y abundancia.

Puede parecer que todo esto del huerto es un capricho para mí, pero los que de verdad me conocen, saben que está relacionado con otros cambios muy meditados con tiempo, tal vez aplazados varios veces, pero al final es la voluntad de ponerlos en marcha, lentamente pero ir moviéndolos poco a poco. Nadie ha cambiado de la noche a la mañana, sino que los procesos son largos y necesitan su tiempo. Y que se lo digan a estas preciosos tomates, pepinos, berenjenas y pimientos...  


Y cuando empieza a rodar, es difícil parar. Se abren nuevas ventanas y nuevos caminos. Una de las cosas insospechadas hace un año, cuando empezaba a estudiar el FP de Paisajismo era que al final del primer curso iba a tener mis primeros encargos profesionales. Madre mía, qué miedo, de si voy a saber atenderlos, de si iba a acertar con el diagnóstico y el tratamiento de las plantas enfermas... Pues, están preciosas ahora! Lo que más alegría me da es esta confianza que han tenido mis amigos en mí, a confiar la vida de sus amadas plantas de gran valor sentimental a mí, a mis ganas de dar lo mejor de mí. 


Parece que ahora me creo un poco más de este cambio, se está materializando pasito a pasito. Me deseo un magnífico nuevo año vital con más confianza, más alegrías y aún mejor sincronización conmigo misma. 

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